Artículo de Carlos Fonseca Terán
De los cinco golpes de Estado que han logrado derrocar gobiernos de izquierda en América Latina desde la llegada de Chávez al poder en Venezuela (incluyendo el golpe que derrocó a Chávez por brevísimo tiempo en 2002), el de Bolivia se destaca por el descaro con el que los golpistas, organismos internacionales y gobiernos al servicio de Estados Unidos han manejado la situación, al ser el primero que tiene entre sus características la ausencia total de cobertura institucional con la cual legitimarse políticamente, y aunque esa cobertura en los golpes anteriores haya sido forzada e ilegal, en el caso de Bolivia ni siquiera existe.
Al renunciar Evo Morales, una parte de la línea sucesoria también lo hizo, por lo que correspondía al poder legislativo definir quién sucedería provisionalmente al mandatario, tanto en el caso de que dicho poder aceptara la renuncia como en caso de que no fuera así. En el primer caso, la provisionalidad tendría como límite en el tiempo la realización de nuevas elecciones, mientras en el segundo caso sería el regreso del Presidente a su cargo. Pues bien, la renuncia no fue aceptada y se nombró al frente del gobierno a la senadora del MAS (el partido que dirige Evo) y Presidenta del Senado, Adriana Salvatierra, tras lo cual Evo Morales ha declarado que al no serle aceptada la renuncia, deberá reasumir su mandato. Todo esto está vinculado con el hecho de que el MAS tiene aplastante mayoría en el poder legislativo, razón por la cual éste no logró el quórum las primera veces que fue convocado, y a pesar de ello la minoría asistente se atrevió a nombrar antes de la elección legal hecha por la bancada del MAS, a una Presidenta espuria salida de la nada y evidentemente inepta para gobernar, llamada Jeanine Áñez.
Esto último es impensable en un país donde prive un mínimo de respeto por el orden jurídico establecido y por los principios más elementales de la democracia. Pero estamos hablando de un país en el que ocurrió un golpe de Estado, en el que primero la Policía se insubordinó al Gobierno para que éste y la ciudadanía en general quedaran en indefensión frente a acciones terroristas y vandálicas que junto a dicha insubordinación, ya formaban parte del plan golpista trazado por Estados Unidos; luego el Jefe de las fuerzas armadas anunció que éstas no reprimirían “a los ciudadanos” que protestaban de manera evidentemente violenta exigiendo, sin fundamento alguno, nada menos que la renuncia del Presidente, y poco después el mismo alto jefe militar “sugería” al Presidente que renunciara. Mientras tanto, el gobierno había invitado a la OEA para la realización de una auditoría electoral, sabiendo de antemano que el resultado le sería desfavorable, debido a la evidente parcialización de dicho organismo, y aun así la oposición se negó a reconocer dicha fiscalización, producto de la cual este instrumento de la política de Estados Unidos, como era de esperarse, declaro que se habían dado “graves irregularidades” en el proceso electoral sin presentar una sola prueba ni molestarse siquiera en dar cifras al respecto, y campantemente dispuso que las elecciones deben repetirse, cuando incluso lo que la misma oposición reclamaba como fraude no era el hecho de que Evo hubiera quedado en primer lugar, sino su ventaja oficial de más del 10% sobre el segundo lugar, que impedía una segunda vuelta. O sea, lo que correspondía en todo caso, en concordancia con el reclamo de la oposición, era que la OEA llamara a realizar la segunda vuelta electoral, para lo cual por cierto, tampoco tenía evidencia alguna, pero de la manera más arbitraria y cínica fue mucho más allá y llamó a una nueva elección.
Mientras la oposición había dicho que no se plegaría a la fiscalización de la OEA (lo que le quitaba todo derecho a pedir que se aplicara lo planteado por dicho organismo), el Presidente Evo Morales en un alarde de flexibilidad y tolerancia, anunció nuevas elecciones y el cambio de integrantes del organismo rector del proceso electoral, apegado a todo lo que la OEA dijo que debía hacerse. Aun así, la OEA se desentendió del asunto mientras la oposición tampoco aceptaba la decisión de Evo que le era tan favorable, insistiendo en la renuncia del mandatario sin fundamento de ningún tipo, pues su período todavía no finalizaba y más aún, quedaba poco tiempo para que esto ocurriera. Fue entonces que Evo sorprendió a todos aceptando renunciar, para evitar un baño de sangre tomando en cuenta la ausencia total de acción por parte de las fuerzas institucionales encargadas de mantener el orden, la seguridad y la paz, y que más bien estaban promoviendo lo contrario, pero contra toda sensatez y cordura, fue abandonado a su suerte por el organismo a cuyas disposiciones no sólo se había plegado de manera total y absoluta, sino que había ido mucho más allá al renunciar, con lo que la OEA dejó sentado un precedente funesto para su propia capacidad de hacer que un jefe de Estado acate sus recomendaciones, tal como señaló tan acertadamente el representante de Uruguay ante el organismo.
Fue en tales condiciones que el poder legislativo hizo sus primeros intentos, fallidos, por reunirse, sin lograr el quórum de ley, que fue logrado luego por la bancada del MAS, designando a la Presidenta del Senado como mandataria provisional, en tanto regresara el Presidente Evo Morales, cuya renuncia había sido rechazada por dicha instancia. Pero resulta que en las primeras convocatorias, sin quórum, la minoría del poder legislativo decidió por sí y ante sí, violentando las más elementales normas constitucionales y de su propio funcionamiento interno, designar a la espuria Jeanine Áñez, a la que ante la ausencia total de asidero institucional, tuvo que colocarle la banda presidencial el Jefe de las fuerzas armadas, a quien sólo le faltó ponérsela él mismo. Estamos pues, ante un golpe de Estado militar, no sólo contra el poder ejecutivo, sino contra el legislativo, algo sin precedentes en estos golpes de Estado de nuevo tipo llevados a cabo por Estados Unidos a través de sus agentes internos que actúan en contra de aquellos gobiernos que no son afines a sus intereses de superpotencia.
Casi inmediatamente después de su renuncia, Evo aceptó el ofrecimiento de asilo político brindado por México, ante el inminente peligro que corría su vida sin posibilidades materiales de enfrentar tal circunstancia, y en un acto de suprema responsabilidad frente a las previsibles consecuencias de su desaparición física, inimaginablemente nefastas para la estabilidad del país, en un escenario en el que como siempre, el principal perjudicado sería el pueblo llano y sobre todo, la población indígena. Pero poco después de renunciar Evo, el pueblo indígena se levantó masivamente contra el nuevo régimen golpista, siendo salvajemente reprimido por la Policía antes amotinada y (ahora sí), por las fuerzas armadas, que habían prometido muy solemnemente no reprimir “a los ciudadanos”, aunque si lo vemos bien han cumplido, porque para ellos los indios no son ciudadanos y aún más, ni siquiera son seres humanos. Finalmente, Evo ha anunciado su pronto regreso, señalando su obligación de reasumir el mando del país ante la negativa del poder legislativo de aceptar su renuncia. Es decir, Evo Morales continúa siendo el Presidente legítimo de Bolivia, y Adriana Salvatierra la Presidenta provisional en tanto se reincorpora Evo a su cargo, mientras Jeanine Áñez termina siendo una “Presidenta” más patética que el mismísimo Urcuyo Maliaños cuando quiso hacerse el gato bravo, negándose a traspasar el poder formal a la Junta de Gobierno al ser electo por el Congreso nicaragüense a instancias de Somoza, con el resultado que ya conocemos.
La renuncia de Evo pues, no ha sido más que un repliegue táctico, como el que hicieron en Nicaragua las fuerzas insurrectas del sandinismo de Managua a Masaya apenas un mes antes de tomar finalmente el poder, poniendo fin a la dictadura somocista. Pero la ultraderecha en Venezuela y Nicaragua (en nuestro caso las fuerzas neosomocistas de la oposición golpista, vendepatria y pro-oligárquica, en la que se juntan en un verdadero chacuatol político e ideológico las fuerzas más retrógradas de la derecha conservadora, que hegemonizan las fuerzas golpistas en su conjunto; la derecha plebeya más directamente vinculada al somocismo en términos históricos; y la ultraderecha postmoderna surgida de los ex sandinistas traidores y corruptos piñateros, por lo general de origen burgués, avergonzados todos ellos de su pasado revolucionario e ilusoriamente creyéndose perdonados por el gran capital y el imperialismo) están haciendo grandes esfuerzos por hacer un símil entre Bolivia y nuestros países, forzando un imposible efecto dominó que no tiene perspectiva alguna, ya que a diferencia de lo que ocurre en Bolivia, en cada uno de nuestros países (al igual que en Cuba) tenemos una vanguardia revolucionaria establecida, que en Bolivia aún se encuentra en construcción, y nuestras fuerzas armadas y de seguridad surgieron de nuestros respectivos procesos revolucionarios, razón por la cual no se trata, incluso, de simples instituciones armadas afines a las fuerzas revolucionarias gobernantes, sino que estas instituciones son parte orgánica de nuestros proyectos revolucionarios y expresión institucionalmente organizada del pueblo armado en defensa de sus intereses de clase y de la soberanía nacional, banderas ambas unidas en la misma medida en que están unidas la lucha revolucionaria y la lucha de liberación nacional en nuestros países, históricamente oprimidos por las grandes potencias imperiales de las que nos hemos terminado librando y que no aceptan nuestra libertad conquistada, y nada mejor para expresar esa unión, que la afirmación hecha por Sandino, de que su espada defendería el decoro nacional y daría redención a los oprimidos.
A esto debemos sumar los aspectos comunes entre nuestros procesos y el proceso boliviano, vinculados con el carácter revolucionario de los mismos, y que pueden sintetizarse en la construcción del poder popular en los ámbitos político y económico, así como la lucha por la hegemonía ideológico-cultural, de lo cual resulta una conciencia de clase a nivel masivo que surge del carácter clasista del poder, en este caso en manos de las clases populares, a diferencia de otros procesos de cambio social en nuestro continente, en los que ese cambio social se ha limitado a la reducción de la pobreza y la desigualdad social, que no es poca cosa, evidentemente, pero es un logro que por sí solo carece de los mecanismos estructurales necesarios para evitar el desclasamiento de los sectores populares beneficiados con las políticas sociales, los que con su paso a la clase media producto de estas políticas, pierden su identidad de clases populares, a diferencia de los países donde hay cambios estructurales, en los que las clases populares no dejan de sentirse como tales al pasar de la pobreza a una situación económica de clase media, de modo que esto último no las hace sumarse a la pequeña burguesía, que es tan inestable políticamente, sino que más bien refuerzan su identidad clasista popular mediante el ejercicio de su poder de clase en los ámbitos político y económico. Y son estos aspectos comunes entre nuestros procesos y el boliviano, vinculados con el carácter revolucionario de los mismos, los que nos hacen estar seguros de que el movimiento revolucionario retomará la ofensiva y el poder en Bolivia en un plazo más bien breve, en el marco de una situación general continental caracterizada por el resurgimiento de un movimiento revolucionario y popular a la ofensiva desde la llegada de López Obrador al gobierno en México, precedida por las victorias bolivariana y sandinista sobre los respectivos intentos de golpes de Estado, y seguida de las rebeliones populares en marcha en Ecuador, Chile, Honduras y Haití, más el retorno al poder de las fuerzas populares en Argentina. Es decir, el revés boliviano es un simple bache en la nueva ofensiva popular continental, que como toda lucha revolucionaria, no avanza sobre una autopista, sino sobre un camino sinuoso y lleno de obstáculos y dificultades gigantescas, sobre todo tomando en cuenta que el poder mundial está todavía y estará por algún tiempo, al menos a mediano plazo, en manos del imperialismo.
Esperemos pues, que las fuerzas de la ultraderecha en Venezuela y Nicaragua, posiblemente cegadas por una euforia a todas luces infundada, no estén haciendo una lectura irresponsablemente precipitada de los acontecimientos, que les haga lanzarse de manera irreflexiva a nuevas aventuras violentas de carácter golpista; y lo esperamos incluso por su propio bien, pero sobre todo para bien del pueblo, porque aunque una eventual guerra civil en cualquiera de nuestros dos países sería indudablemente ganada por las fuerzas revolucionarias, el costo en vidas y sufrimiento para ambos pueblos sería enorme. Pero no está en nuestras manos definir si ese será o no el camino, sino en manos de una derecha cuya estupidez sólo compite con la de su ídolo y mentor, Donald Trump. Y es por eso que aunque alberguemos la esperanza de que la insensatez no se imponga en las filas de esa ultraderecha cavernaria, desubicada y esquizofrénica, nuestro deber es estar preparados para todo, más unidos y mejor organizados que nunca, pero sobre todo haciéndolo todo con el mayor esmero, así como fortaleciendo el carácter de vanguardia de nuestras fuerzas políticas rectoras, en nuestro caso el FSLN, y poniendo en práctica toda nuestra vasta experiencia, las enseñanzas de los grandes forjadores de nuestra vanguardia, y la teoría científica revolucionaria que debemos seguir enriqueciendo y que debe regir hoy más que nunca nuestra acción política y organizativa, nuestros métodos de conducción, nuestros estilos de trabajo y nuestras formas de organización, siempre con el aporte emanado de nuestra extraordinariamente creativa y enriquecedora práctica de conducción política a lo largo de las casi seis décadas que tiene de existir nuestra invencible vanguardia revolucionaria.